martes, 18 de septiembre de 2007

Religiones

Sin desprestigiar el mérito filosófico de las religiones, creo que solo en un bajísimo porcentaje de usuarios (de la religión) se advierte una utilidad provechosa en sus vidas. No sé de cifras verídicas, pero me basta ver en las personas que presumen de profesar tal o cual creencia para deducir que hay algo aciago en ellas. Uno, a veces por temor de no utilizar la razón, elude sus instintos o corazonadas. Éstas me han revelado muchas evidencias; en una buena parte de los fervientes, o que se dicen fervientes religiosos, existe una psicología anómala.
Me parece que alguien que defiende a capa y espada una creencia, teoría, hipótesis, etc, es de alguna manera intolerante consigo mismo: no se da la oportunidad de mejorar, cambiar, evolucionar, preguntar...
Uno es con los otros como es consigo mismo, uno tasa a los demás con la medida propia, y es razonable creer que alguien avaro en sus haberes mentales, será intransigente con los de los otros.

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